ecosistemas

ISSN 1697-2473

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Ecosistemas 34(3): 2947 [septiembre-diciembre / September-December, 2025]: https://doi.org/10.7818/ECOS.2947

 

MONOGRÁFICO: Ecología de las invasiones / MONOGRAPHIC: Invasion Ecology

Editores invitados / Guest editors: Jonatan Rodríguez y Luis González

 

ARTÍCULO DE REVISIÓN / REVIEW ARTICLE

 


Islas: Los ecosistemas más vulnerables a las invasiones biológicas

Raquel Muñoz-Gallego1,2,* ORCID logo, Marta Correia1 ORCID logo, Alba Costa1 ORCID logo, Isabel Donoso3,4 ORCID logo, Sandra Hervías-Parejo1 ORCID logo, Alejandro Mieles1 ORCID logo, Marta Quitián1 ORCID logo, Maximilian Vollstädt1 ORCID logo, Anna Traveset1 ORCID logo

(1)    Instituto Mediterráneo de Estudios Avanzados (IMEDEA-CSIC-UIB), C/ Miquel Marquès, 21, 07190, Esporles, Islas Baleares, España.

(2)    Departamento de Sistemas y Recursos Naturales, Universidad Politécnica de Madrid, Ciudad Universitaria, ES-28040, Madrid, España.

(3)    Basque Centre for Climate Change (BC3), Parque Científico UPV-EHU, 48940, Leioa, España.

(4)    IKERBASQUE, Basque Foundation for Science, Bilbao, España. 

* Autora para correspondencia / Corresponding author: R. Muñoz-Gallego [raquel19026@gmail.com] 

> Recibido / Received: 21/05/2024 – Aceptado / Accepted: 16/10/2025

Cómo citar / How to cite: Muñoz-Gallego, R., Correia, M., Costa, A., Donoso, I., Hervías-Parejo, S., Mieles, A., Quitian, M., Vollstädt, M., Traveset, A. 2025. Islas: Los ecosistemas más vulnerables a las invasiones biológicas. Ecosistemas 34(3): 2947. https://doi.org/10.7818/ECOS.2947  

Islas: Los ecosistemas más vulnerables a las invasiones biológicas

Resumen: Las islas son ecosistemas especialmente vulnerables a las invasiones biológicas debido a su aislamiento geográfico, alta especialización y baja presión por depredadores naturales y competencia. De hecho, las especies invasoras han contribuido al 86 % de las extinciones de las especies endémicas insulares. En este trabajo, hacemos una revisión de los impactos ecológicos de las invasiones biológicas en islas, tanto sobre los rasgos funcionales de las especies nativas como sobre distintas funciones e interacciones ecológicas. La introducción de especies puede afectar a los rasgos funcionales de las especies, ya sea aumentando la diversidad funcional al incorporar nuevos rasgos al ecosistema o reduciéndola al introducir rasgos redundantes a los de las especies nativas. Las interacciones ecológicas, tanto mutualistas (polinización, dispersión de semillas, planta-microorganismo) como antagonistas (herbivoría, parasitismo patógeno, depredación), también pueden verse alteradas. Los impactos indirectos de las especies invasoras, complejos y difíciles de cuantificar, pueden ser cruciales en ecosistemas insulares, comúnmente afectados por múltiples especies invasoras que pueden interactuar entre sí. Aunque las especies introducidas pueden causar importantes disrupciones ecológicas, en algunos casos también pueden reemplazar funcionalmente a especies nativas extintas. Abordar las lagunas de conocimiento identificadas en este estudio será esencial para proteger los ecosistemas insulares frente a las invasiones biológicas. Futuros trabajos deberían adoptar enfoques interdisciplinarios y colaborativos que integren la variación contextual y los diferentes niveles de organización ecológica. Este tipo de investigación será esencial para desarrollar estrategias de conservación más efectivas, orientadas a preservar no solo la biodiversidad insular, sino también la estabilidad y funcionalidad de estos ecosistemas únicos.

Palabras clave: efectos indirectos; especies introducidas; especies alóctonas; interacciones ecológicas; rasgos funcionales

Islands: The ecosystems most vulnerable to biological invasions

Abstract: Islands are ecosystems particularly vulnerable to biological invasions due to their geographic isolation, high specialization and low pressure from natural predators and competition. In fact, invasive species have contributed to 86% of the extinctions of island endemic species. In this research, we review the ecological impacts of biological invasions on islands, both on the functional traits of native species and on different ecological functions and interactions. The introduction of species can affect the functional traits of species, either by increasing functional diversity by adding new traits into the ecosystem, or by reducing it by introducing redundant traits to those of native species. Ecological interactions, both mutualistic (pollination, seed dispersal, plant-microorganism) and antagonistic (herbivory, pathogenic parasitism, predation), can also be altered. The indirect impacts of invasive species, complex and difficult to quantify, can be crucial in island ecosystems, which are commonly affected by multiple invasive species that may interact with each other. Although non-native species can cause significant ecological disruptions, in some cases they can also functionally replace extinct native species. Addressing the knowledge gaps identified in this study will be essential to protect island ecosystems from biological invasions. Future research should adopt interdisciplinary and collaborative approaches that integrate contextual variation and the different levels of ecological organization. Promoting this type of research will be essential to design more effective conservation strategies aimed at preserving not only island biodiversity, but also the stability and functionality of these unique ecosystems.

Keywords: ecological interactions; functional traits; indirect effects; introduced species; non-native species


Introducción

Las especies invasoras, definidas como aquellas especies alóctonas cuya introducción o propagación supone una amenaza para la diversidad biológica (según la Convención sobre Diversidad Biológica, Decisión VI/23, 2002), son una de las principales causas de pérdida de biodiversidad y extinción de especies en todo el mundo (Brook et al. 2008; Bellard et al. 2016, 2017; Dueñas et al. 2021). La investigación sobre sus impactos ecológicos y sociales ha crecido sustancialmente en las últimas décadas, demostrando que pueden transformar los ecosistemas profundamente (Simberloff et al. 2013; Vilà y Hulme 2017). Por un lado, los factores abióticos del medio pueden verse alterados, como es el caso de la composición del suelo y los ciclos biogeoquímicos de nutrientes por parte de plantas invasoras, lo que a su vez puede favorecer la invasión de otras especies, entrando en un bucle de retroalimentación positiva (Weidenhamer y Callaway 2010). Las especies invasoras también pueden transformar los factores bióticos, causando incluso la disrupción de interacciones ecológicas clave para el funcionamiento de los ecosistemas (Traveset y Richardson 2014). 

Los impactos ecológicos de las especies invasoras no se limitan a los ecosistemas terrestres, sino que también afectan a los ecosistemas acuáticos y costeros. Por ejemplo, el jacinto de agua Pontederia crassipes (Mart.) Solms altera la purificación de ríos y lagos (Villamanga y Murphy 2010), mientras que el mejillón cebra Dreissena polymorpha Pallas modifica las redes tróficas de estos ecosistemas acuáticos (Karatayev et al. 2014). En los arrecifes de coral y manglares, las invasiones contribuyen a la degradación y vulnerabilidad frente a tormentas y erosión (Biswas et al. 2007; Hume et al. 2014). Incluso, en algunos casos, las especies invasoras pueden intensificar los efectos del cambio climático. Por ejemplo, plantas invasoras como las pertenecientes a los géneros Prosopis sp. Willd. y Schinus sp. L. aumentan la frecuencia de incendios forestales, liberando más CO2 a la atmósfera e incrementando la vulnerabilidad de los ecosistemas (Landis 2010; Ayanu et al. 2015). Estas alteraciones no solo afectan al funcionamiento de los ecosistemas, sino también a sectores económicos clave como la agricultura, la pesca y el turismo, con pérdidas estimadas en cientos de miles de millones de dólares anuales a nivel global (Pimentel et al. 2001; Henry et al. 2023). Por último, las invasiones biológicas también tienen repercusiones directas en la salud humana (Chinchio et al. 2020; Najberek et al. 2022). Ejemplos como el del mosquito Aedes aegypti L., vector de enfermedades como dengue y zika (Iwamura et al. 2020), ilustran los riesgos asociados.

Aunque en la mayoría de los casos las especies alóctonas suponen una amenaza, en algunas situaciones también pueden aportar beneficios al ser humano o a los ecosistemas (Sax et al. 2022). Se han documentado casos en los que estas especies llegan a desempeñar funciones ecológicas similares a las de especies nativas extintas, actuando como “sustitutas funcionales”. Por ejemplo, la marta (Martes martes L.), un carnívoro introducido en las Islas Baleares en época romana, dispersa las semillas del arbusto mediterráneo Cneorum tricoccon L. en la isla de Mallorca, sustituyendo en parte a las lagartijas endémicas del género Podarcis Wagler, localmente extintas probablemente por la introducción de este y otros depredadores (Celedón-Neghme et al. 2013). En las últimas décadas, se han invertido grandes esfuerzos en métodos de control y erradicación de especies invasoras (Spatz et al. 2022). Sin embargo, estos suelen ser costosos, de larga duración y con resultados variables, lo que supone una dificultad añadida a la gestión de esta amenaza planetaria.

En este contexto, las islas son particularmente vulnerables a las invasiones biológicas debido a que sus ecosistemas son aislados, altamente especializados, a menudo, con ausencia de depredadores naturales y sin (o baja) competencia que pueda contrarrestar los efectos de las especies introducidas. Cabe aclarar que nos referimos con “islas” a porciones de tierra completamente rodeadas por agua, definidas como “islas verdaderas” según Whittaker y Fernández-Palacios (2007). Estas se clasifican en tres tipos dependiendo de su origen geológico: (i) islas oceánicas, formadas por actividad volcánica y que nunca han estado conectadas al continente, por ejemplo, Hawái y Canarias; (ii) islas continentales, penínsulas que quedaron aisladas del continente por la subida del nivel del mar, típicamente durante periodos interglaciares, por ejemplo, Sri Lanka, Bahamas y Borneo; (iii) fragmentos continentales, porciones de corteza separadas del continente original mediante procesos tectónicos, a menudo de gran tamaño y antigüedad, como Nueva Zelanda, Seychelles y muchas de las islas mediterráneas, incluidas las Baleares. Precisamente, dicho aislamiento ha promovido que lleguen a estos ecosistemas tan sólo una proporción de la biota que habita el continente cercano y que ha logrado superar todas las barreras para establecerse. Como resultado, la biota insular es disarmónica, es decir, los grupos taxonómicos presentes en las islas difieren notablemente en proporción y diversidad de los encontrados en los continentes cercanos. Además, las especies establecidas han evolucionado durante largos períodos en condiciones ambientales específicas, lo que a menudo conlleva la pérdida de defensas frente a depredadores, herbívoros, patógenos o competidores (Whittaker y Fernández-Palacios 2007). Aunque todos los ecosistemas insulares son frágiles, las islas oceánicas lo son especialmente debido a las altas tasas de endemicidad, lo que incrementa el riesgo de extinción de sus especies nativas (Kier et al. 2009; Spatz et al. 2017). De hecho, se estima que las especies invasoras han contribuido al 86 % de las extinciones de especies endémicas documentadas en islas, tanto continentales como oceánicas (Bellard et al. 2016, 2017). Además, dado el tamaño relativamente pequeño de las islas, cada invasión biológica tiene un impacto relativamente grande en el ecosistema. Una sola especie invasora puede desencadenar efectos en cascada, alterando varias especies y funciones ecológicas. Así, por ejemplo, en las islas Pitiusas, la culebra invasora Hemorrhois hippocrepis L. está desplazando a la lagartija endémica Podarcis pityusensis Wagler (Hinckley et al. 2017), con potenciales efectos negativos sobre la reproducción de C. tricoccon, planta que depende en gran medida de esta lagartija para la dispersión de sus semillas en esas islas (Celedón-Neghme et al. 2013). Por lo tanto, comprender, prevenir y mitigar los impactos de las invasiones biológicas en estos ecosistemas frágiles y únicos es una tarea de vital importancia.

En este trabajo, hacemos una revisión de los impactos ecológicos, directos e indirectos, que tiene la introducción de especies alóctonas – muchas de las cuales se vuelven invasoras – en islas, tanto en los rasgos funcionales de las especies nativas como en las distintas funciones e interacciones ecológicas (polinización, dispersión de semillas, herbivoría, microorganismos). Presentamos ejemplos de diferentes ecosistemas insulares en los que hemos trabajado (casos de estudio) e identificamos lagunas de conocimiento que deberían abordarse en futuras investigaciones.

Impactos en rasgos y diversidad funcional

Los rasgos funcionales son características medibles de los organismos que influyen directamente en sus interacciones abióticas y bióticas (Nock et al. 2016). Estos rasgos caracterizan las respuestas de las comunidades a los cambios ambientales (rasgos respuesta) y determinan su impacto en procesos ecosistémicos (rasgos de efecto) (Violle et al. 2007; Díaz et al. 2013). Incluyen aspectos morfológicos, fisiológicos, estructurales, fenológicos, bioquímicos y de comportamiento que afectan al rendimiento de los organismos y, por tanto, influyen en su capacidad para contribuir a funciones ecológicas como la polinización o la dispersión de semillas (Fig. 1a; Schleuning et al. 2020; Bello et al. 2023). El tamaño del pico en aves, de una semilla o de un huevo, la masa corporal, el periodo de actividad, la masa foliar por área, o la tasa fotosintética potencial, son algunos ejemplos de rasgos funcionales.

La diversidad funcional (entendida como la variación en los rasgos de las especies que determinan su papel dentro de la comunidad), más que la identidad taxonómica, es clave para entender la relación entre diversidad, estructura de las comunidades y funcionamiento de los ecosistemas (Córdova-Tapia y Zambrano 2015; Donoso et al. 2020). Esto ha impulsado estudios basados en rasgos funcionales (Schleuning et al. 2015; Westoby 2025), que abordan diferentes niveles organizativos: desde el análisis de rasgos de especies individuales o niveles tróficos, pasando por la evaluación del ajuste de rasgos entre especies en comunidades locales (Nowak et al. 2025), hasta marcos conceptuales que integran ecología funcional (rasgos funcionales) con ecología de redes (complejidad trófica) (Bello et al. 2023). También se refleja en el esfuerzo por compilar nuevas bases de datos globales de rasgos de especies publicadas en los últimos años (Fig. 1b).

 

(a) Ejemplos de rasgos funcionales asociados a diferentes interacciones entre especies y funciones específicas. (b) Tabla resumen con ejemplos de bases de datos de rasgos funcionales de especies (tanto introducidas como nativas), organizadas por grupo taxonómico o por bases que abarcan múltiples taxones con un enfoque exclusivo en invasoras

Figura 1. (a) Ejemplos de rasgos funcionales asociados a diferentes interacciones entre especies y funciones específicas. (b) Tabla resumen con ejemplos de bases de datos de rasgos funcionales de especies (tanto introducidas como nativas), organizadas por grupo taxonómico o por bases que abarcan múltiples taxones con un enfoque exclusivo en invasoras. Se incluye breve descripción de tipos de rasgos que abarcan cada una de ellas, referencia principal, si contienen información específica sobre especies de islas (: datos explícitos; No: no incluidas o no es posible analizarlas con esa base; Parcial: presentes, pero no categorizadas o diferenciadas explícitamente) y relevancia de cada base de datos para estudios en contextos de invasiones biológicas (Muy alta: diseñada para especies invasoras; Media; o Baja: invasoras no especificadas).

Figure 1. (a) Examples of functional traits associated with different species interactions and specific ecological functions. (b) A summary table with examples of databases focused on functional traits of species (both introduced and native), organized either by taxonomic groups or as multi-taxa databases with an exclusive focus on invasive species. The table includes a brief description of the types of traits covered by each database, the main reference, whether they contain specific information on island species (Yes: explicit data; No: not included or not possible to analyze them with that database; Partial: present but not explicitly categorized or differentiated) and the relevance of each database for studies on biological invasions (Very high: specifically developed for invasive species; Medium; or Low: invasive species not specified).

Estas bases de datos permiten calcular la diversidad funcional de comunidades, una medida de diversidad definida por la variación y el promedio en los valores de rasgos entre organismos (Sobral 2023). También permiten definir el espacio funcional, un espacio multivariado determinado por combinaciones de rasgos que describe la variabilidad de rasgos entre comunidades ecológicas (López-Bustamante et al. 2024). Esto posibilita calcular distintos índices para identificar nichos ecológicos y redundancias funcionales (ver índices en Kaushik et al. 2022), por ejemplo, al comparar comunidades con y sin especies introducidas.

La introducción de especies modifica la composición de las comunidades locales, contribuye a la homogeneización biótica y aumenta el riesgo de extinción de especies nativas (Bellard et al. 2016, 2017; Díaz et al. 2022). Estos efectos son especialmente alarmantes en sistemas insulares. Revisiones globales que incluyen islas oceánicas, como Hawái, Galápagos o Canarias, así como fragmentos continentales del Mediterráneo o Nueva Zelanda, muestran que las especies invasoras tienen mayor probabilidad de causar impactos negativos en la riqueza de plantas y animales nativos en islas que en continentes, afectando la diversidad funcional (Pyšek et al. 2012). Estos impactos pueden ser más evidentes en islas de menor tamaño, las cuales suelen albergar poblaciones de especies más reducidas (Fernández-Palacios et al. 2021; Schrader et al. 2024). Además, las especies insulares presentan rasgos funcionales característicos como el gigantismo, el enanismo, la dispersión reducida, la pérdida de defensas, la falta de vuelo en aves e insectos, y el desarrollo de lignificación en plantas herbáceas, entre otras (Russel y Keuffer 2019).

Aunque no hay un patrón único en los efectos de la introducción de especies sobre la diversidad funcional de comunidades insulares nativas, los impactos se manifiestan principalmente de dos formas: (i) Introduciendo nuevos rasgos al ecosistema, diferentes a los de las especies nativas, aumentando la diversidad funcional y alterando (o no) las interacciones entre especies. Por ejemplo, las plantas invasoras en islas suelen presentar rasgos funcionales que difieren de las especies nativas, permitiéndoles ocupar nichos vacíos y competir eficazmente con la flora local (Mathakutha et al. 2019; Barton y Fortunel 2023). Así, diferentes estudios han observado que la introducción de especies ha aumentado la diversidad funcional de plantas en las islas Canarias (Hanz et al. 2022), de peces de agua dulce en Japón (Matsuzaki et al. 2013), la riqueza funcional de reptiles en pequeñas islas del Caribe (Kemp 2023), y en Azores, el aumento de riqueza de artrópodos derivado de la introducción de nuevas especies ha contribuido a un incremento del espacio funcional ocupado por estas comunidades (Whittaker et al. 2014). (ii) Reduciendo la diversidad funcional al añadir rasgos similares a los promedios de las especies nativas, o desplazando a especies nativas con rasgos únicos. Uno de los casos más estudiados es la extinción de aves en islas debido a especies introducidas a lo largo de la historia (Case y Tarwater 2020; Sayol et al. 2021; Ali et al. 2023). Por ejemplo, Soares et al. (2022) encontraron que la extinción de especies únicas en 74 islas oceánicas del Pacífico, Índico y Atlántico ha reducido la riqueza y uniformidad funcional de las comunidades de aves, ahora dominadas por especies más redundantes. De manera consistente, Sayol et al. (2021) mostraron que la introducción de especies alóctonas en nueve archipiélagos no ha compensado las pérdidas funcionales por extinciones debidas a distintas presiones humanas, contribuyendo a la homogeneización funcional de las comunidades de aves en archipiélagos oceánicos. Esta disminución de la diversidad funcional puede alterar interacciones clave como la polinización y dispersión de semillas. En Hawái, Case y Tarwater (2020) compararon comunidades históricas (antes de la llegada humana) y modernas (mayoritariamente introducidas) de aves frugívoras, y observaron que las actuales tienen menores tamaños corporales y picos más estrechos. Estos cambios las hacen menos efectivas para dispersar semillas grandes, reduciendo el tamaño de las semillas consumidas, las tasas de frugivoría y las distancias de dispersión.

Todos estos hallazgos sugieren que los impactos de las especies introducidas son contexto-dependientes y están influenciados por la diversidad de rasgos de las especies nativas e introducidas (Kaushik et al. 2022). De hecho, un estudio global reciente destaca que estos impactos dependen principalmente de la composición de rasgos funcionales de las comunidades nativas (Nowak et al. 2025). Esto subraya la importancia de considerar dicha variabilidad para entender y predecir los impactos de las especies invasoras, así como el potencial de los enfoques basados en rasgos para analizar sus efectos en funciones ecosistémicas derivadas de interacciones ecológicas como las que se exponen a continuación.

Impactos en interacciones y funciones ecológicas

Polinización

La polinización mediada por animales es una función ecosistémica esencial para el mantenimiento de la biodiversidad. Alrededor del 90 % de las plantas con flores dependen de los animales para completar el primer paso de su reproducción (Ollerton et al. 2011; Díaz et al. 2013). De esta relación entre plantas con flores y polinizadores emergen redes complejas de interacciones mutualistas que sustentan la estructura, estabilidad y funcionamiento de las comunidades ecológicas (Bascompte 2009). En islas, las redes de polinización se caracterizan por una baja diversidad de especies (Traveset et al. 2016). Además, la limitada capacidad de dispersión hacia islas oceánicas de los insectos, en especial de los no voladores, en comparación con las plantas (Bernardello et al. 2001; Gillespie y Roderick 2002; Whittaker y Fernández-Palacios 2007), moldea fuertemente la estructura de las redes de polinización, promoviendo asimetrías en el número de especies interactuantes, reduciendo la competencia interespecífica y resultando en redes altamente generalistas (Olesen y Jordano 2002; Kaiser-Bunbury et al. 2009; Padrón et al. 2009; Traveset et al. 2013). Por otro lado, el aislamiento geográfico de las islas durante largos períodos de tiempo ha promovido la coevolución de las especies (Kress 1993; Guimaraes et al. 2011), contribuyendo al fortalecimiento de interacciones específicas entre plantas y polinizadores endémicos (Traveset y Richardson 2014).

En las últimas décadas, las invasiones biológicas han contribuido significativamente a la alarmante disminución de insectos polinizadores observada a nivel global (Potts et al 2010). Las islas oceánicas, en concreto, han sido identificadas como una de las regiones geográficas con mayor riesgo de disrupción de sus interacciones mutualistas (Bellard et al. 2016, 2017). Las estimaciones predicen que el éxito reproductivo de las plantas insulares que han perdido a sus socios mutualistas disminuye entre un 40 % y un 58 % (Aslan et al. 2013). Además, la introducción de nuevas especies de plantas y animales en los ecosistemas insulares puede desencadenar una variedad de respuestas ecológicas en la flora y fauna nativas y, en consecuencia, en sus relaciones (Traveset y Richardson 2014). Las plantas introducidas pueden competir con las plantas nativas por los polinizadores, resultando en una reducción en las tasas de visitas y en el éxito reproductivo de las especies de plantas nativas, con impactos negativos más fuertes a mayores densidades de especies introducidas y características florales similares a las nativas (Morales y Traveset 2009). Por otra parte, la introducción de especies animales puede añadir nuevos competidores o depredadores a la comunidad, con efectos negativos en las interacciones planta-polinizador (Aizen y Torres 2024). Aunque los polinizadores nativos suelen tener la capacidad de cambiar a recursos alternativos, la baja diversidad vegetal de las islas comparada con la de los continentes reduce las opciones de cambio y hace más probable que las especies introducidas usurpen los recursos de las nativas (Valido et al. 2019). Por ejemplo, un estudio reciente revela que la presencia de hormigas invasoras (Anoplolepis gracillipes Smith y Technomyrmex albipes Smith) reduce el número de flores visitadas por polinizadores voladores y la producción de frutos de plantas nativas en Seychelles (Costa et al. 2023a). Las abejas (superfamilia Apoidea) se encuentran entre los polinizadores invasores más ampliamente reconocidos, aunque sus impactos son mayormente especulativos debido al escaso número de estudios publicados hasta el momento, excepto para los géneros Apis y Bombus (Ackerman 2021). Así, existen numerosos estudios sobre el efecto de la abeja de la miel, Apis mellifera L., para la cual se han reportado desplazamientos de polinizadores nativos por competencia en archipiélagos de todo el mundo: Baleares (Montero-Castaño y Vilà 2017), Canarias (Valido et al. 2019) Hawái (Ing y Mogren 2020), Ogasawara (Kato et al. 1999), Nueva Caledonia (Kato y Kawakita 2004) y Mauricio (Hansen et al. 2002). Además, su introducción puede conllevar impactos indirectos, como la cointroducción de parásitos y patógenos (p. ej., Varroa destructor Anderson & Trueman, Nosema spp. Nägeli) y la transmisión de enfermedades a abejas silvestres, un fenómeno conocido como Invasiones mediadas por enfermedades (“Disease-mediated invasions”; p. ej., Fürst et al. 2014; Graystock et al. 2016). Los ecosistemas insulares también son particularmente vulnerables a la introducción de depredadores, ya que las especies nativas han evolucionado en ausencia de esta presión y no han desarrollado mecanismos de defensa efectivos (Aizen y Torres 2024). Este es el caso de islas como Guam (Fritts y Rodda 1998), Taiwán (Huang et al. 2008) o Bahamas (Schoener y Spiller 1999), donde la introducción de reptiles insectívoros ha causado declives en la diversidad de insectos, con efectos directos o indirectos sobre la polinización.

No obstante, la introducción de especies también puede tener efectos positivos en la polinización del ecosistema anfitrión (Aizen y Torres 2024). Por ejemplo, plantas invasoras pueden facilitar la polinización de plantas nativas cuando el aumento de visitas florales se debe a una mayor exhibición y diversidad floral colectiva, actuando como especies “imán” (Schemske 1981; Johnson et al. 2003; Ghazoul 2006). La fauna introducida también puede coexistir con la nativa, como es el caso de la abeja de la miel con las abejas endémicas de las islas de Fiji y Hawái (Groutsch et al. 2019; Cortina et al. 2019). Además, también se han observado interacciones beneficiosas cuando las especies introducidas reemplazan funciones perdidas debido a la extinción de las especies mutualistas nativas (Traveset y Richardson 2014). Es el caso del pájaro ojiblanco japonés (Zosterops japonicus Temminck & Schlegel), introducido en Hawái en 1929, que desempeña de manera efectiva el rol de polinizador de numerosas plantas endémicas, anteriormente desempeñado por aves nativas ahora extintas (Aslan et al. 2014).

En definitiva, los efectos de la introducción de especies en las redes de polinización son diversos y dependen de las densidades en las que se encuentren las especies invasoras y el estado de conservación de las comunidades nativas. Sin embargo, la baja diversidad de especies y, por tanto, de parejas efectivas en las islas comparado con la de los continentes, reduce las opciones de cambio dentro de la red, y hace más probable que las especies introducidas desplacen a las especies nativas de sus recursos.

Caso de estudio: Polinización en las Galápagos

El archipiélago de las Galápagos se encuentra en el océano Pacífico, a aproximadamente 960 km al oeste de la costa continental de Ecuador. Se compone de 13 islas de más de 10 km², además de 9 islas de 1-10 km² y más de 100 islotes, formadas por actividad volcánica durante los últimos 4 millones de años (Fig. 2a; Poulakakis et al. 2012); algunas de las cuales estuvieron unidas en el pasado debido a fluctuaciones en el nivel del mar (Ali y Aitchison 2014). El aislamiento y la ubicación del archipiélago con respecto a las corrientes oceánicas y los vientos alisios han favorecido la presencia de un alto grado de endemismos. El 59 % de todos los vertebrados son endémicos (Tye et al. 2002), siendo especialmente alta esta tasa para las aves terrestres (84 %). La flora de las Galápagos consta de unas 557 especies de plantas nativas (180–190 endémicas) y aproximadamente 825 especies de plantas introducidas (Van Leeuwen et al. 2008; Jaramillo et al. 2011). Sin embargo, tal diversidad endémica, rica y única, está viéndose cada vez más amenazada por la introducción de especies. Traveset et al. (2013) evaluaron el impacto de las especies invasoras sobre las redes de polinización de cinco islas de las Galápagos. Sorprendentemente, el 20 % de todas las especies en la red son invasoras (60 plantas y 220 polinizadores), participando en el 38 % de las interacciones. La mayoría de las especies invasoras son insectos, especialmente dípteros (36 %), himenópteros (30 %) y lepidópteros (14 %). Estos insectos invasores tienen más interacciones que los polinizadores endémicos o los nativos, actuando incluso como nodos centrales. Las especies invasoras se vinculan principalmente a especies generalistas, aumentando el anidamiento y, por lo tanto, la estabilidad de la red. Además, se han podido observar adhesiones de las especies invasoras a los ocho módulos conectados (determinados por restricciones geográficas y filogenéticas) de la red general, representando alrededor del 30 % de las especies en dos de ellos (Fig. 2b). Una proporción sorprendentemente alta (38 %) de conectores (especies que mejoran la cohesión de la red) son especies invasoras. Por otro lado, los polinizadores endémicos y nativos claves de estas redes no demuestran una preferencia por las plantas nativas, incluyendo también en su dieta especies de plantas introducidas (Fig. 2c; Chamorro et al. 2012; Traveset et al. 2015). Esto facilita la integración de plantas invasoras en la red, incrementando el grado de generalismo de las interacciones. Estos resultados indican que la estructura de estas comunidades emergentes podría volverse más resistente a ciertos tipos de perturbaciones (por ejemplo, la pérdida de especies), pero más vulnerable a otras (por ejemplo, la propagación de enfermedades). Por tanto, se espera que estos cambios, tan notables en la estructura de la red, tengan importantes consecuencias para el mantenimiento de la biodiversidad nativa a medida que aumenten las invasiones.

 

(a) Mapa de las Islas Galápagos mostrando los sitios de estudio. (b) Se identificaron ocho módulos (en diferentes colores) en la red de interacción entre 60 plantas y 220 polinizadores

Figura 2. (a) Mapa de las Islas Galápagos mostrando los sitios de estudio. (b) Se identificaron ocho módulos (en diferentes colores) en la red de interacción entre 60 plantas y 220 polinizadores. El tamaño de los nodos (especies) representa los diferentes roles, de periféricos (pequeños) a centrales (grandes, círculos grises). Las plantas han sido representadas con círculos y los animales con cuadrados. Las interacciones con al menos una especie invasora (planta y/o polinizador) se indican en rojo, el resto de las interacciones, en negro (nativas, endémicas o desconocidas). (c) Visitas florales por parte de diferentes animales en Galápagos. (A) Xylocopa darwini Cockerell polinizando Centratherum punctatum Cass.; (B) Agraulis vanillae L. polinizando Bidens pilosa L.; (C) Geospiza fuliginosa Gould. polinizando Opuntia galapageia Hemsley; (D) Microlophus pacificus Steindachner en Opuntia galapageia Hemsley; (E) Eumorpha labruscae yupanquii Kernbach polinizando Hibiscus rosa-sinensis L.; (F) Mimus parvulus Gould en Opuntia galapageia Hemsley; (G) Blaesoxipha sp. polinizando Croton scouleri. Figura modificada a partir de Chamorro et al. (2012) y Traveset et al. (2013).

Figure 2. (a) Map of the Galapagos Islands showing the study sites. (b) Modules (in different colors) in the interaction network between 60 plants and 220 pollinators. The size of the nodes (species) represents the different roles, from peripheral (small) to central (large, grey circles). Plants have been represented with circles and animals with squares. Interactions with at least one invasive species (plant and/or pollinator) are indicated in red, the rest of the interactions in black (native, endemic or unknown). (c) Flower visits by different animals in Galapagos. (A) Xylocopa darwini Cockerell pollinating Centratherum punctatum Cass.; (B) Agraulis vanilla L. pollinating Bidens pilosa L.; (C) Geospiza fuliginosa Gould. pollinating Opuntia galapageia Hemsley; (D) Microlophus pacificus Steindachner on Opuntia galapageia Hemsley; (E) Eumorpha labruscae yupanquii Kernbach pollinating Hibiscus rosa-sinensis L.; (F) Mimus parvulus Gould on Opuntia galapageia Hemsley; (G) Blaesoxipha sp. pollinating Croton scouleri. Figure modified from Chamorro et al. (2012) and Traveset et al. (2013).

Dispersión de semillas

La dispersión de semillas es el proceso por el cual las semillas, embriones que contienen el material genético para la próxima generación, se transportan lejos de la planta madre. A través de este proceso, las plantas aumentan las probabilidades de encontrar sitios adecuados para la germinación, a la vez que reducen la competencia por recursos, tanto con la planta madre como con plántulas conespecíficas, lo que hace más probable su éxito de establecimiento. Por lo tanto, la dispersión de semillas es un proceso ecológico fundamental que contribuye al flujo genético de las plantas y a la dinámica de las poblaciones (Jordano 2000). Las plantas han desarrollado diferentes mecanismos y estrategias para dispersar sus semillas como, por ejemplo, estructuras morfológicas como las sámaras (alas) que permiten la dispersión por el viento (anemocoria), o espinas y ganchos que se adhieren a las plumas y al pelaje de los animales (ectozoocoria). En particular, las angiospermas han desarrollado frutos carnosos que atraen a animales frugívoros, los cuales dispersan sus semillas (endozoocoria). Este proceso ha contribuido a la tasa de diversificación de las plantas leñosas con flores tras su aparición (Tiffney y Mazer 1995). Así, en algunos ecosistemas tropicales, hasta un 90 % de las angiospermas pueden depender de frugívoros para dispersar sus semillas (Howe y Smallwood 1982). Además de proporcionar una dispersión directa a sitios favorables para la planta, los frugívoros pueden aumentar el éxito de germinación a través del paso de las semillas por el sistema digestivo (Traveset et al. 2001). Las aves, los mamíferos y los reptiles conforman los grupos de frugívoros más comunes, siendo las aves y los reptiles particularmente importantes en los ecosistemas de islas tropicales (Kaiser-Bunbury et al. 2010).

La introducción de especies puede modificar la estructura y dinámica de las interacciones entre plantas y frugívoros nativos, lo que puede causar la disrupción de la función de dispersión de semillas (Traveset y Richardson 2014; Vizentin-Bugoni et al. 2021). Los ecosistemas insulares son particularmente vulnerables a tales alteraciones, ya que los organismos mutualistas de las islas han evolucionado en aislamiento y frecuentemente han desarrollado rasgos específicos, como una dispersión modificada o la pérdida de defensas en el caso de las plantas (Burns 2019). Algunos estudios han demostrado que los frugívoros introducidos pueden alterar los patrones de reclutamiento de las especies de plantas nativas, tanto de manera directa, por ejemplo, al reducir la viabilidad o el éxito de germinación de plantas nativas tras su dispersión (Duron et al. 2017) o al dispersar exitosamente plantas alóctonas (Mandon-Dalger et al. 2004), como de manera indirecta, al reducir los servicios proporcionados por los dispersores de semillas nativos (Traveset y Richardson 2014). En Hawái, por ejemplo, la mayoría de las aves frugívoras nativas han sido reemplazadas por especies introducidas como el Ruiseñor del Japón (Leiothrix lutea Scopoli). Estos frugívoros introducidos, además, dispersan las semillas de plantas alóctonas en proporciones mucho mayores que las de plantas nativas, promoviendo la expansión de las alóctonas y no logrando sustituir el papel de las aves extintas (Vinzentin-Bugoni et al. 2019, 2021). En la isla de Guam, Rogers et al. (2017) demostraron que un depredador introducido, la culebra arbórea marrón (Boiga irregularis Merrem), responsable de la extinción de todas las especies nativas de aves forestales, redujo indirectamente la dispersión, provocando un descenso del 61–92 % en el reclutamiento.

Sin embargo, la introducción de especies frugívoras podría tener efectos positivos en la dispersión de plantas nativas a través del reemplazo funcional de frugívoros extintos o la mejora del reclutamiento y la supervivencia de especies vegetales. Por ejemplo, en Île aux Aigrettes (Mauricio), la introducción de la tortuga gigante de Aldabra (Aldabrachelys gigantea Schweigger) mejoró la regeneración del ébano endémico Diospyros egrettarum I.Richardson, en peligro de extinción, al sustituir la función de dispersión que llevaban a cabo las extintas tortugas gigantes del género Cylindraspis (Griffiths et al. 2011). En cualquier caso, los efectos negativos de las especies introducidas sobre la dispersión de semillas nativas en las islas son más frecuentes que los efectos positivos (Cordero et al. 2023). Además, la interacción entre especies introducidas puede tener efectos fatales a largo plazo, contribuyendo a la emergencia de "complejos de invasión" (Invasional Meltdown), en los que grupos de especies introducidas tienen efectos sinérgicos cada vez más negativos en las comunidades nativas (Simberloff y von Holle 1999).

Caso de estudio: Dispersión de semillas en Seychelles

El archipiélago de Seychelles, en el Océano Índico, está formado por 115 islas, 42 graníticas y 73 coralinas. Las islas graníticas se aislaron hace aproximadamente 65 millones de años, cuando India y Seychelles se separaron (Briggs 2003), estando consideradas entre los fragmentos continentales más antiguos del mundo (Baker y Miller 1963). Mahé es la isla más grande del archipiélago, representando el 67 % (155 km²) de la superficie total de las islas graníticas y cuya flora, al tratarse de un fragmento continental, proviene de remanentes de floras continentales antiguas, en lugar de eventos de dispersión a larga distancia (Kueffer et al. 2010). A pesar de la larga historia de invasiones de plantas y siglos de deforestación, aún quedan parches importantes de vegetación nativa en Mahé, especialmente en afloramientos rocosos graníticos que se elevan abruptamente desde las tierras bajas, denominados “inselbergs” (Fleischmann 1997; Schumacher et al. 2009, Fig. 3a). Estos inselbergs representan el último refugio para muchas especies de plantas endémicas (proporción de endemismos ~ 63 %; Biedinger y Fleischmann 2000) y sus comunidades están gravemente amenazadas por la invasión de plantas, especialmente por la canela Cinnamomum verum J. Presl (Kueffer et al. 2007). Costa et al. (2022a, 2022b) estudiaron los efectos espacio-temporales de especies alóctonas en la dispersión de semillas mediante un experimento natural a gran escala, que consistió en ocho comunidades de plantas en inselbergs - cuatro exclusivamente con plantas nativas (se eliminaron las alóctonas) y cuatro con plantas nativas y alóctonas - en la isla de Mahé (Kaiser-Bunbury et al. 2017). En Costa et al. (2022a), se monitorizó la dirección del transporte de semillas dispersadas por aves (llegando y saliendo de los parches de bosque nativo en inselbergs hacia la matriz invadida circundante). Encontraron que los restos de bosque en inselbergs son áreas importantes de alimentación para frugívoros, actuando como fuente de propágulos nativos para los bosques invadidos circundantes y potencialmente limitando la progresión de la invasión de plantas alóctonas. Dos de estas especies dominantes (C. verum J. Presl y Clidemia hirta (L.) D. Don) están muy integradas en las dietas de los frugívoros, compitiendo con plantas nativas por los servicios de dispersión. Usando el mismo experimento, Costa et al. (2022b) estudiaron el impacto de las invasiones de plantas en la dinámica estacional de la frugivoría (dentro y fuera del pico de fructificación) y las redes de dispersión de semillas (Fig. 3b). Los frugívoros nativos dispersaron semillas durante períodos más prolongados y una mayor diversidad de especies en comparación con los alóctonos. Por lo tanto, es poco probable que los frugívoros alóctonos reemplacen el papel de dispersión de semillas llevado a cabo por frugívoros nativos. Además, al fructificar de forma sincronizada con las plantas nativas, las plantas alóctonas compiten por los servicios de dispersión, llevados a cabo predominantemente por frugívoros nativos (Fig. 3c). Durante el pico principal de fructificación, cuando los frutos nativos son abundantes, no hay suficientes animales para dispersar los frutos (el servicio de dispersión está saturado), lo que probablemente intensifica la competencia entre frutos nativos y alóctonos. Cuando los recursos son escasos, los frugívoros se vuelven más selectivos hacia frutos alóctonos con alto valor nutricional en sitios invadidos. Por tanto, las especies nativas que fructifican fuera de temporada en zonas invadidas tienen menos probabilidades de dispersarse.

Caso de estudio: Dispersión de semillas en el Caribe

Las islas oceánicas del Caribe incluyen el archipiélago de Lucayas, las Antillas Mayores y las Antillas Menores. La interacción entre diferentes tamaños, historias geológicas y grados de aislamiento de las islas ha contribuido a crear una de las regiones más biodiversas del planeta (Maunder et al. 2008; Nieto-Blázquez et al. 2017), albergando, por ejemplo, cerca del 2.3 % de la flora global (Torres-Santana et al. 2010). Debido a la alta proporción de endemismos y la elevada pérdida de hábitats, la región se considera uno de los puntos calientes de biodiversidad y una región con alta prioridad de conservación (Shi et al. 2005). Desde que llegaron los humanos hace alrededor de 7000 años (Fitzpatrick y Keegan 2007), las islas han sufrido impactos antropogénicos, como la introducción de nuevas especies. Esto ha llevado a la pérdida de muchas especies nativas, como diversos papagayos endémicos (Gala y Lenoble 2015), y se estima que un 37.5 % de las extinciones de mamíferos registradas globalmente en los últimos 500 años han tenido lugar en las islas del Caribe (MacPhee y Fleming 1999). Aunque existen estudios sobre la dispersión de semillas en la región (p. ej. Carlo y Morales 2016), los efectos de las especies introducidas en estos sistemas y cómo estas especies se integran en las redes de dispersión de semillas nativas siguen siendo campos poco estudiados. Vollstädt et al. (2022) llevaron a cabo una revisión de la literatura disponible sobre interacciones planta-frugívoro en el Caribe revelando que la red estaba compuesta por, al menos, 486 especies de plantas y 178 de frugívoros, de las cuales el 16 % de las plantas y el 8 % de los frugívoros son introducidos. Al analizar en más detalle las interacciones de las especies introducidas, se descubrió que los frugívoros introducidos interactuaron significativamente más con plantas introducidas de lo esperado al azar, indicando una preferencia de las especies introducidas para interactuar entre sí. Además, en un experimento con frutos artificiales llevado a cabo en la región, se observó que los frugívoros nativos redujeron significativamente su actividad cuando los frugívoros introducidos interactuaron con los frutos artificiales (Kim et al., datos sin publicar). Por último, de manera más general, se demostró que, para muchas de las islas del Caribe, particularmente las Antillas menores, hay muy pocos datos empíricos que permitan estimar el impacto de la flora y la fauna introducidas sobre la función de dispersión de semillas de plantas nativas (Vollstädt et al. 2022).

 

(a) Inselberg en la isla de Mahé, Seychelles. (b) Red de interacciones entre especies de frugívoros (barra superior, en diferentes colores, siluetas de animales introducidos en rojo) y plantas (barra inferior, introducidas en rojo) durante todo el periodo de fructificación en Mahé. Obtenido de Costa et al. 2022b. (c) Ejemplos de animales dispersores y frutos en inselbergs de Mahé

Figura 3. (a) Inselberg en la isla de Mahé, Seychelles. (b) Red de interacciones entre especies de frugívoros (barra superior, en diferentes colores, siluetas de animales introducidos en rojo) y plantas (barra inferior, introducidas en rojo) durante todo el periodo de fructificación en Mahé. Obtenido de Costa et al. 2022b. (c) Ejemplos de animales dispersores y frutos en inselbergs de Mahé: (A) Alectroenas pulcherrimus Scopoli; (B) Hypsipetes crassirostris Newton; (C) Cinnamomum verum J. Presl; (D) Pteropus seychellensis Kerr; (E) Trachylepis seychellensis Duméril & Bibron; (F) Dillenia ferruginea (Baill.) Gilg. Todas las especies son endémicas excepto C. verum, que es invasora. Fotos: Alba Costa.

Figure 3. (a) Inselberg on Mahé Island, Seychelles. (b) Interaction network between frugivore species (top bar, in different colours, symbols of non-native in red) and plants (bottom bar, non-natives in red) throughout the fruiting period on Mahé. Extracted from Costa et al. 2022b. (c) Examples of seed dispersers and fruits on inselbergs of Mahé: (A) Alectroenas pulcherrimus Scopoli; (B) Hypsipetes crassirostris Newton; (C) Cinnamomum verum J. Presl; (D) Pteropus seychellensis Kerr; (E) Trachylepis seychellensis Duméril & Bibron; (F) Dillenia ferruginea (Baill.) Gilg. All species are endemic except C. verum, which is invasive. Photos: Alba Costa.

Herbivoría

La herbivoría, definida como el consumo de partes vegetativas o reproductivas de una planta por un animal (Crawley 1983), es una interacción ecológica tradicionalmente clasificada como antagónica por los numerosos efectos negativos que han sido descritos sobre las comunidades vegetales. En particular, se han documentado impactos severos sobre el crecimiento, la supervivencia, la reproducción, el reclutamiento y la dinámica poblacional de las plantas (Haas y Lortie 2020; Leal et al. 2022). Además, los herbívoros pueden causar la disrupción de interacciones ecológicas (Barber et al. 2012), siendo la polinización una de las más estudiadas en las últimas décadas (Moreira et al. 2019; Haas y Lortie 2020 y referencias ahí citadas; Muñoz-Gallego et al. 2022). Por el contrario, hay muy pocos estudios que exploren los impactos de la herbivoría sobre otras interacciones como la dispersión de semillas (Whitehead y Poveda 2011; Muñoz-Gallego et al. 2025). Estas disrupciones ecológicas pueden dar lugar a efectos en cascada sobre el funcionamiento de los ecosistemas. Por ejemplo, Vitali et al. (2023) reportaron que el consumo de hojas de Aristotelia chilensis (Molina) Stuntz, el principal hospedador del muérdago Tristerix corymbosus (L.) Kuijt en la Patagonia, por ungulados introducidos afectó negativamente a las poblaciones de dos especies clave, el colibrí Sephanoides sephaniodes Lesson y el marsupial Dromiciops gliroides Thomas, polinizador y dispersor de semillas del muérdago, respectivamente, pero también de muchas otras plantas de la comunidad. La disrupción de estas interacciones clave generó efectos en cascada en toda la comunidad, afectando a la conectividad y estabilidad de las redes de interacción mutualistas. Sin embargo, las plantas también pueden responder a la herbivoría con mecanismos positivos para la reproducción (es decir, sobrecompensación; Paige y Whitham 1987), aumentando la producción de semillas/frutos o la atracción de polinizadores (Aguirrebengoa et al. 2021; Cozzolino et al. 2015; Muñoz-Gallego et al. 2022). Por último, los grandes herbívoros son cruciales como dispersores de semillas en muchos ecosistemas (Jaroszewicz et al. 2013; Sridhara et al. 2016).

En los ecosistemas insulares, los herbívoros introducidos son una de las principales causas de extinciones de especies, ya que muchas plantas han evolucionado en ausencia de dicha presión (Cubas et al. 2019). Entre todos los herbívoros alóctonos, los mamíferos destacan por sus impactos devastadores, extensamente documentados (Courchamp et al. 2003; Clout y Russell 2007). Especies como la cabra (Capra hircus L.), el conejo (Oryctolagus cuniculus L.) y roedores (Rattus spp. L. y Mus musculus L.) están clasificadas entre las 100 especies invasoras más destructivas a nivel mundial (Lowe et al. 2000). En particular, la introducción histórica de cabras domésticas en islas para abastecer nuevos asentamientos humanos ha afectado drásticamente la flora nativa y la estructura de los ecosistemas, llegando a extinguir muchas especies de plantas endémicas (Gizicki et al. 2018; Abe 2021; Menezes de Sequeira et al. 2021). En consecuencia, iniciativas de erradicación han demostrado que es posible recuperar parte de la biodiversidad perdida, como se ha observado en algunas islas mediterráneas (p.ej. Capó et al. 2022). Por otra parte, más del 80 % de las islas de todo el mundo presenta roedores introducidos (Harris 2009). Sus efectos incluyen la depredación de aves, insectos y semillas, y el consumo de plantas, limitando la regeneración de las comunidades vegetales y alterando interacciones clave como la polinización y la dispersión de semillas (Traveset et al. 2009). Para los conejos se han descrito impactos similares (Cubas et al. 2019; Kossoff et al. 2024). No obstante, en ciertos casos, los herbívoros introducidos pueden desempeñar un rol positivo en el ecosistema; por ejemplo, en Chile, las cabras introducidas actúan como el único dispersor legítimo del cactus endémico Eulychnia acida Phil., cuyos frutos están adaptados a grandes herbívoros ahora extintos (Cares et al. 2018). Si bien los ecosistemas insulares también pueden verse afectados por la introducción de insectos herbívoros (Russell et al. 2017), sus impactos ecológicos siguen siendo desconocidos en la mayoría de los casos. En las Islas Galápagos, por ejemplo, se han introducido más de 460 especies de insectos, de los cuales aproximadamente el 40 % son herbívoros, representando una amenaza potencial para la flora nativa de la isla (Causton et al. 2006).

Más allá del papel de los herbívoros como especies invasoras, hay muy pocos estudios que describan los impactos de las invasiones biológicas sobre las interacciones planta-herbívoro (Harvey y Fortuna 2012; McCary et al. 2016), y la mayoría de ellos están asociados al proceso de invasibilidad de plantas alóctonas (p. ej., Rodríguez et al. 2019, 2021; Santos de Araújo et al. 2024). En este sentido, la herbivoría puede actuar como un filtro ecológico en el proceso de invasión (Sullivan y Shaw 2023). Un trabajo de revisión del impacto de los herbívoros nativos sobre plantas alóctonas mostró una reducción de hasta un tercio en la producción y viabilidad de semillas, reclutamiento, supervivencia y crecimiento de plántulas, y de casi la mitad en el tamaño y el crecimiento de las plantas adultas (Maron y Vilà 2001). Esto puede deberse a que las plantas alóctonas carezcan de defensas efectivas frente a los herbívoros nativos, viéndose más afectadas que las plantas nativas (Hipótesis de la Nueva Asociación,”New Association Hypothesis”; Parker y Hay 2005). Sin embargo, los herbívoros también pueden promover y facilitar las invasiones. Así, pueden establecer relaciones mutualistas con plantas alóctonas, por ejemplo, dispersando sus semillas a largas distancias (Maron y Vilà 2001). Además, herbívoros alóctonos pueden asociarse con plantas alóctonas, promoviendo una retroalimentación positiva (Complejos de Invasión, “Invasional Meltdown”), como es el caso de las suculentas invasoras Carpobrotus edulis (L.) N.E.Br. y C. aff. acinaciformis (L.) L.Bolus, dispersadas por ratas y conejos introducidos en islas del sureste de Francia (Bourgeois et al. 2005). Por otro lado, los herbívoros también pueden facilitar la invasión de plantas alóctonas si muestran preferencia por las nativas (Hipótesis de la Liberación del Enemigo, “Enemy Release Hypothesis”; Keane y Crawley 2002). Por ejemplo, las plantas endémicas de la isla de Tenerife son mucho más consumidas por conejo (introducido) que las plantas alóctonas (Cubas et al. 2019). Finalmente, los herbívoros también pueden facilitar indirectamente el establecimiento de plantas introducidas mediante la alteración de las interacciones de competencia de la comunidad y las condiciones abióticas del medio (Maron y Vilà 2001).

Caso de estudio: Herbivoría en las Baleares

El archipiélago de las Islas Baleares, situado en el mar Mediterráneo, a 88 km de la península ibérica, comprende dos grupos de islas continentales: las Pitiusas, formadas por Ibiza, Formentera y unos 60 islotes, y las Gimnésicas, formadas por Mallorca, Menorca, Cabrera y alrededor de 30 islotes. Mallorca es la isla más grande del archipiélago, con una superficie aproximada de 3640 km2 y una flora típicamente mediterránea, con unas 2000 especies, de las cuales más de 100 son introducidas (Govern de les Illes Balears 2025). La mayoría de los herbívoros vertebrados presentes actualmente en la isla fueron introducidos históricamente, hace milenios (Bover y Alcover 2008). Es el caso de animales domésticos como las cabras y las ovejas, el conejo, así como de diferentes especies de roedores. Sin embargo, se han descrito introducciones más recientes como la del coatí Nasua nasua L. (Mayol et al. 2009), el gamo Dama dama L. (Pinya y Lassnig 2018) o el mapache Procyon lotor L. (Lassnig et al. 2020). Entre los herbívoros invertebrados, destacan la procesionaria del pino Thaumetopoea pityocampa Denis & Schiffermüller, el picudo rojo Rhyncophorus ferrugineus Olivier, la polilla barrenadora del palmito Paysandisia archon Burmeister y la polilla peluda de la encina Lymantria dispar L., entre otros (Govern de les Illes Balears 2025). Sin embargo, son muy pocos los estudios que hayan evaluado el impacto de estas especies introducidas sobre la flora nativa de la isla (p. ej., Cursach et al. 2013; Capó et al. 2021). Muñoz-Gallego (2023) evaluó recientemente, mediante estudios observacionales y aproximaciones espacialmente explícitas, el impacto combinado de la polilla invasora P. archon y la cabra asilvestrada C. hircus sobre la reproducción y las interacciones planta-animal del palmito mediterráneo Chamaerops humilis L. (Fig. 4a).

 

(a) Individuo de palmito mediterráneo Chamaerops humilis L. (b) Representación esquemática de los efectos directos e indirectos observados y esperados de los dos herbívoros invasores alóctonos, Paysandisia archon Burmeister (naranja) y Capra hircus L. (azul), en las etapas del ciclo de vida (adulto, flor, fruto, semilla, plántula) del palmito C. humilis L. (verde)

Figura 4. (a) Individuo de palmito mediterráneo Chamaerops humilis L. (b) Representación esquemática de los efectos directos e indirectos observados y esperados de los dos herbívoros invasores alóctonos, Paysandisia archon Burmeister (naranja) y Capra hircus L. (azul), en las etapas del ciclo de vida (adulto, flor, fruto, semilla, plántula) del palmito C. humilis L. (verde). Las líneas negras representan los efectos directos de otros animales interactuantes (mutualistas y antagonistas) en la reproducción de la palmera. Las líneas continuas indican efectos directos, las líneas discontinuas representan efectos en otros animales interactuantes que conducen a efectos indirectos en la reproducción de la palmera, y ​​las líneas punteadas indican efectos no evaluados en este proyecto, pero probablemente presentes. Nótese que los efectos indirectos solo se muestran cuando fueron estadísticamente significativos. El signo del efecto se indica junto a las flechas (+, positivo; -, negativo; ns, no significativo; ?, desconocido). Obtenido de R. Muñoz-Gallego (2023).

Figure 4. (a) An individual of the Mediterranean dwarf palm Chamaerops humilis L. (b) Schematic representation of observed and expected direct and indirect effects of the two invasive non-native herbivores, Paysandisia archon (orange) and Capra hircus L. (blue), on the life cycle stages (adult, flower, fruit, seed, seedling) of the dwarf palm C. humilis (green). Black lines represent direct effects of other interacting animals (both mutualists and antagonists) on the dwarf palm reproduction. Solid lines indicate direct effects, dashed lines represent effects on other interacting animals which lead to indirect effects on palm reproduction, and dotted lines indicate effects not evaluated in this thesis but probably present. Note that indirect effects are only shown when they were statistically significant. The sign of the effect is indicated next to the arrows (+, positive; -, negative; ns, non-significant; ?, unknown). Extracted from R. Muñoz-Gallego (2023).

La polilla, originaria de Sudamérica, fue detectada en la isla en 2003 (Sarto i Monteys y Aguilar 2005), mientras que las poblaciones de cabra asilvestrada comenzaron a expandirse en los años 60 tras el abandono de la agricultura, alcanzando en la actualidad más de 20 000 individuos (Vives y Baraza 2010). En un primer estudio, Muñoz-Gallego et al. (2019) demostraron que las cabras dispersan eficientemente las semillas de palmito, posiblemente reemplazando el papel de dispersores extintos. Sin embargo, esta interacción mutualista puede tornarse antagonista dependiendo de la densidad de cabras (Muñoz-Gallego et al. 2023a). En poblaciones sin cabras, la agregación espacial de las semillas dispersadas y la tasa de depredación de semillas por insectos fueron altas, mientras que la tasa de germinación fue muy baja, debido a una limitación en el servicio de dispersión. Por el contrario, una densidad de cabras muy elevada anuló por completo el reclutamiento del palmito, debido a la intensa florivoría (es decir, consumo de flores/inflorescencias) ejercida en la época de floración (Muñoz-Gallego et al. 2023b). Además, se reportaron efectos directos e indirectos de ambos herbívoros sobre las interacciones de polinización y frugivoría. Las palmeras atacadas por la polilla mostraron mayores tasas de polinización, mientras que las atacadas por cabra mostraron el patrón contrario. Además, ambos herbívoros tuvieron efectos no-aditivos negativos sobre el desarrollo de los frutos (Muñoz-Gallego et al. 2022). Finalmente, las tasas de depredación de semillas por insectos, pero también las de visitas por frugívoros, fueron mayores en las palmeras atacadas por la polilla, sugiriendo efectos indirectos de la herbivoría mediados por rasgos del fruto (Muñoz-Gallego et al. 2025). Por lo tanto, ambos herbívoros invasores ejercieron múltiples y variados efectos, directos e indirectos, positivos y negativos, dependiendo de la etapa del ciclo vital de la planta y de la densidad de las especies interactuantes (Fig. 4b). Estos hallazgos destacan la importancia de evaluar el impacto combinado de diferentes especies invasoras sobre las comunidades vegetales y los ecosistemas en toda su complejidad.

Interacciones con microorganismos

Entre los numerosos organismos invasores, los microorganismos como bacterias, hongos, virus y protistas desempeñan un papel significativo en la transformación de los ecosistemas (Thakur et al. 2019). Además de actuar como patógenos, estos microorganismos son mediadores clave en las interacciones ecológicas, influyendo significativamente en las comunidades vegetales, los procesos del suelo y la dinámica de los ecosistemas, creando condiciones que favorecen a las especies invasoras (Van Der Putten et al. 2007). Caracterizados por su rápido crecimiento, adaptabilidad y competitividad, estos microorganismos se convierten en importantes agentes de cambio en los ecosistemas (Litchman 2010). A pesar de su importancia, los microorganismos invasores han recibido menos atención que las plantas o los animales debido a su naturaleza microscópica y los desafíos que plantea su detección.

La introducción de microorganismos en las islas se ha visto facilitada en las últimas décadas por la globalización y el creciente comercio intercontinental, incluyendo el transporte de suelo, material vegetal y materiales de construcción (Jairus et al. 2011; Hulme 2021). Además, el movimiento deliberado de insectos con fines agrícolas o alimentarios puede actuar como vector adicional de organismos asociados (patógenos, parásitos o microorganismos simbióticos), contribuyendo también a la invasión biológica en estos ecosistemas (Rodríguez et al. 2024). Los patógenos invasores que afectan a las especies vegetales, tanto agrícolas como silvestres, han sido objeto de un estudio más profundo debido a su significativo impacto ecológico y económico (Thakur et al. 2019). Entre estos, el oomiceto Phytophthora cinnamomi Rands ha causado daños severos en huertos de aguacate en las islas Canarias (Rodríguez-Padrón et al. 2018) y ha amenazado especies nativas como Banksia spp. en Australia, afectando indirectamente a las poblaciones de aves que dependen de estos hábitats (Hart et al. 2024). Otro caso relevante es la bacteria Xylella fastidiosa Wells et al., una amenaza global para cultivos como viñedos, almendros y olivos. Detectada en las islas Baleares, esta región alberga una notable diversidad genética del patógeno, lo que ha llevado a medidas preventivas y a un monitoreo continuo para mitigar su propagación (Quetglas et al. 2022). Aparte de su impacto en la flora, algunos patógenos han afectado gravemente a la fauna insular, como el hongo quítrido Batrachochytrium dendrobatidis Longcore, Pessier & D.K. Nichols, responsable de drásticas disminuciones en las poblaciones de anfibios en regiones como Hawái y Madagascar. Este patógeno ha estado estrechamente asociado con especies invasoras como las ranas Eleutherodactylus coqui Thomas, que actúan como reservorios y facilitan su propagación (Beard y O’Neill 2005; Bletz et al. 2015).

Más allá de los impactos directos de los patógenos, otros microorganismos desempeñan un papel crucial en los procesos de invasión al interactuar de diversas formas con las plantas alóctonas (Callaway y Lucero 2020). Por ejemplo, la gramínea invasora Bromus tectorum L., presente en islas como Islandia y Japón, incrementa su competitividad al aumentar la abundancia de patógenos de semillas perjudiciales para las especies nativas (Beckstead et al. 2010; GISD 2016). A su vez, algunas especies logran escapar de las interacciones antagónicas en su área de origen y aprovechar las condiciones del suelo invadido (Keane y Crawley 2002). Muchas plantas invasoras también llegan acompañadas de mutualistas obligados, como hongos micorrícicos o bacterias fijadoras de nitrógeno, lo que facilita su establecimiento en nuevos entornos, ayudándolas a superar la resistencia biótica de las comunidades nativas y alterando las dinámicas de los ecosistemas, especialmente en ambientes insulares (Rodríguez-Echeverría 2009; Dickie et al. 2010; Delavaux et al. 2021). En las Islas Galápagos, por ejemplo, Psidium guajava L., una planta invasora, se beneficia tanto de hongos micorrícicos locales como introducidos para colonizar suelos pobres, desplazando así a las especies nativas (Duchicela et al. 2020). Las invasiones de pinos, facilitadas por hongos ectomicorrícicos como Suillus spp. y Rhizopogon spp. introducidos en plántulas y suelos comerciales, representan un caso destacado de coinvasión (Policelli et al. 2019). En regiones como Nueva Zelanda y Hawái, estas coinvasiones han eliminado barreras clave para su establecimiento, provocando cambios significativos en la biodiversidad y los ciclos de nutrientes (Hayward et al. 2015; Sapsford et al. 2022). Animales introducidos, como jabalíes y ciervos en Isla Victoria, Argentina, pueden dispersar hongos micorrícicos y facilitar el establecimiento de pinos introducidos (Nuñez et al. 2013). Algunas aves también dispersan esporas micorrícicas (Correia et al. 2019; Caiafa et al. 2021), lo que podría constituir un mecanismo adicional en la expansión de especies alóctonas. Estos hongos ectomicorrícicos invasores pueden tener impactos inesperados. Por ejemplo, Amanita phalloides (M. Bieb.) Cavara & Grande, un hongo tóxico para los humanos, se ha establecido en asociación con árboles introducidos en Nueva Zelanda y Australia, planteando serios desafíos para la salud pública y la gestión ambiental (Pringle y Vellinga 2006; Dickie et al. 2016). Por otra parte, las bacterias fijadoras de nitrógeno, como Rhizobium spp. y Frankia spp., establecen simbiosis con leguminosas y plantas actinorrícicas, algunas de ellas invasoras como especies de los géneros Acacia y Cytisus, enriqueciendo el suelo y aumentando su productividad (Rodríguez-Echeverría 2010; Traveset y Richardson 2014). En Hawái, Myrica faya (Aiton) Wilbur incrementa el nitrógeno en suelos pobres a través de Frankia spp., beneficiando a otras invasoras frente a las nativas (Vitousek y Walker 1989; Huguet et al. 2005).

Por otro lado, las interacciones planta-microorganismo propias de un ecosistema también pueden verse alteradas por especies introducidas mediante tres mecanismos principales: la competencia entre plantas nativas e invasoras, los cambios en las propiedades del suelo y la alelopatía (Lorenzo y González 2010; Grove et al. 2017). Muchas plantas invasoras producen compuestos alelopáticos, como Alliaria petiolata (M. Bieb.) Cavara & Grande, introducida en varias islas, los cuales interfieren con las asociaciones micorrícicas de plantas nativas, mientras que las especies invasoras no micorrícicas permanecen inalteradas (GISD 2016; Kalisz et al. 2021; Roche et al. 2023).

Las invasiones biológicas pueden trascender la disrupción de las interacciones planta-microorganismo, alterando procesos ecológicos fundamentales (Traveset 2015). En Nueva Zelanda, los ungulados invasores modifican las comunidades de hongos micorrízicos arbusculares, afectando negativamente a la vegetación nativa (Kardol et al. 2014). Las plantas invasoras que establecen mutualismos con microorganismos nativos del suelo, como micorrizas y simbiosis rizobianas, mejoran su éxito invasor al optimizar la adquisición de recursos y las interacciones con polinizadores y dispersores (Rodríguez-Echeverría y Traveset 2015). Las micorrizas arbusculares juegan un papel clave en las defensas contra herbívoros, con efectos variables según las especies y condiciones ambientales (Pineda et al. 2010; Bennett 2013). Sin embargo, estas interacciones entre plantas, microorganismos e insectos requieren mayor investigación (Bennett 2013). Comprender estas relaciones es crucial para mitigar los impactos de las invasiones y fortalecer la resiliencia de los ecosistemas insulares (Traveset 2015; Russell et al. 2017).

Impactos indirectos

Los impactos de las invasiones biológicas pueden ocurrir a través de mecanismos directos (por ejemplo, depredación; Doherty et al. 2016) o indirectos (por ejemplo, cascadas tróficas; Benkwitt et al. 2021). Los efectos indirectos ocurren cuando una especie alóctona altera las interacciones entre una especie nativa y otra especie, independientemente de su origen (Strauss 1991). Estos efectos son difíciles de predecir, detectar y cuantificar debido a su elevada complejidad, lo que ha llevado a que se reconozcan menos que los efectos directos (Strauss 1991; Wootton 1994; Simberloff y Von Holle 1999). A pesar de esto, se cree que son más comunes de lo que se piensa (White et al. 2006; Kuebbing 2020). Además, estos efectos se vuelven más relevantes en un contexto en el que quedan cada vez menos islas sin haber sido invadidas por múltiples especies alóctonas. En el pasado, los impactos de las especies invasoras en los ecosistemas receptores se analizaban de manera individual (p. ej. Fritts y Rodda 1998). Sin embargo, se ha demostrado que las especies introducidas interactúan entre sí de manera cada vez más compleja (Levine et al. 2017), lo que genera efectos a menudo imprevistos y sorprendentes (Caut et al. 2009). En última instancia, los resultados ecológicos de estas interacciones dependen de la posición trófica de las especies y de la naturaleza de la limitación trófica en el sistema, lo que influye profundamente en la dinámica del ecosistema invadido (Russell y Kaiser-Bunbury 2019). Así, las especies introducidas pueden generar cinco tipos de efectos indirectos en una tercera especie: dos tipos de competencia que puede ser explotativa interespecífica o aparente, la cascada trófica, y la depredación intragremio que puede ser simétrica o asimétrica (Polis et al. 1989; Wootton 1994; Russell y Kaiser-Bunbury 2019).

La competencia explotativa interespecífica ocurre cuando varias especies compiten por un recurso común, reduciendo su disponibilidad, como ocurre con los depredadores introducidos que afectan a las aves marinas en islas (Russell 2011). A menudo, las interacciones competitivas no se reconocen como efectos indirectos (Strauss 1991; Wootton 2002), siendo pocos los estudios que cuantifican el impacto de especies alóctonas sobre las nativas. Si una especie alóctona es más eficiente que una nativa en utilizar un recurso biótico, la especie nativa puede sufrir un impacto negativo indirecto por la reducción de dicho recurso. Además, este tipo de efecto ha sido menos estudiado en otros grupos funcionales, como los herbívoros o los polinizadores.

La competencia aparente ocurre cuando un consumidor (como un depredador o herbívoro) aumenta en número o eficiencia al consumir un recurso debido a la presencia de otra especie (Holt y Bonsall 2017). Este cambio en la abundancia de un recurso puede alterar el comportamiento del consumidor, generando la impresión de que los recursos compiten entre sí. Este efecto ha sido destacado en redes de polinización, como en las islas Cícladas (Grecia), donde la competencia entre abejas silvestres y melíferas aumentó con la abundancia de estas últimas, afectando la estructura de la red y la abundancia de las abejas nativas (Lázaro et al. 2021). Sin embargo, la competencia aparente es más difícil de predecir en redes complejas. En la isla Reunión, por ejemplo, un parasitoide fue introducido en 2003 para controlar a la mosca de la fruta Bactrocera zonata Saunders y, desde la invasión de Bactrocera dorsalis Hendel en 2017, ambas moscas comparten tanto el mismo nicho como el mismo enemigo natural. Tras la invasión, la tasa de parasitismo aumentó significativamente y la población de B. zonata disminuyó, sugiriendo un caso de competencia aparente (Moquet et al. 2023). No obstante, se necesitan más estudios para confirmar estos efectos indirectos en la red trófica.

Las cascadas tróficas describen cómo la introducción de un nuevo consumidor puede afectar indirectamente a otras especies, a menudo a través de una cadena de interacciones ecológicas (Strong 1992). En algunos casos, estas cascadas pueden originarse a partir de mecanismos como la competencia aparente. No obstante, aunque ambos procesos pueden solaparse o estar interconectados, es útil analizarlos por separado para comprender mejor los distintos caminos por los que una especie introducida puede modificar una red ecológica (Holt et al. 1994; Wootton 2002). En las cascadas "de arriba hacia abajo" (top-down), la eliminación o reducción de los depredadores principales permite el aumento de las poblaciones de los niveles inferiores, como los herbívoros. En las cascadas "de abajo hacia arriba" (bottom-up), los cambios en los recursos disponibles afectan a los niveles superiores, como los depredadores. Estas cascadas han sido bien documentadas en sistemas acuáticos (White et al. 2006) y en ecosistemas terrestres desde la década de 1990 (Ripple et al. 2016). Un ejemplo clásico, ya descrito con anterioridad, es la introducción de la serpiente arbórea parda (B. irregularis) en Guam, que causó una cascada de extinciones (Fritts y Rodda 1998). Otro caso interesante es el de las aves marinas: aunque no generan cascadas tróficas directas, su presencia en ecosistemas terrestres influye en la productividad primaria y secundaria al enriquecer el suelo con nutrientes procedentes de sus excrementos. Sin embargo, cuando estas aves son depredadas por fauna terrestre introducida, la alteración del flujo de nutrientes puede desencadenar cascadas tróficas. Esto ha sido documentado en las Islas Aleutianas, donde la depredación de aves marinas por ratas introducidas redujo los aportes de guano, afectando los flujos de nutrientes hacia los ecosistemas costeros y disminuyendo indirectamente la cobertura de algas al incrementar la abundancia de herbívoros marinos invertebrados (Kurle et al. 2008).

La depredación intragremio ocurre cuando dos depredadores no solo compiten por una presa común, sino que, además, uno de ellos puede alimentarse del otro, combinando elementos de competencia y depredación (Polis et al. 1989). Esta doble dimensión hace que sus consecuencias ecológicas puedan ser más intensas o impredecibles que en la competencia convencional. Si ambos se alimentan mutuamente, se habla de depredación intragremio simétrica; si solo uno se alimenta del otro, se trata de depredación asimétrica. En islas, la depredación intragremio simétrica es rara, especialmente entre especies nativas e introducidas, y suele tener efectos negativos sobre las poblaciones nativas (Gerber y Echternacht 2000; Huang et al. 2023). En cambio, la depredación intragremio asimétrica es más común, sobre todo en ecosistemas insulares con depredadores introducidos, donde uno es el depredador principal y el otro, un mesodepredador. Este fenómeno se observa en especies con alta plasticidad dietética, como roedores y aves rapaces (Russell 2011). Sin embargo, la depredación intragremio en otros grupos como las arañas, a pesar de su alta diversidad en islas, sigue siendo poco estudiada (Costa et al. 2023b).

Caso de estudio: Impactos indirectos en las Azores

La isla de Corvo (Océano Atlántico), la más pequeña y aislada del archipiélago de las Azores, tiene 17 km² y una elevación máxima de 718 m. Corvo alberga una de las mayores colonias de pardela cenicienta (Calonectris borealis Cory), con una estimación de 6326 nidos en la isla (con un intervalo de confianza del 95 % que oscila entre 3735 a 10 524 nidos; Oppel et al. 2014). La población de pardela cenicienta en las Azores representa aproximadamente el 70 % de la población mundial de esta especie (Monteiro et al. 1996). Esta isla volcánica es un refugio crucial para las aves marinas del Atlántico (Furness et al. 2000). Sin embargo, las poblaciones de aves marinas en las Azores han disminuido debido a la explotación humana, la pérdida de hábitat y la depredación por mamíferos invasores. En Corvo, los roedores (Rattus rattus L. y Mus domesticus L.) fueron introducidos durante la colonización (Fructuoso 1561), y los gatos (Felis catus L.) llegaron en 1717 (Chagas 1989). Los roedores se concentran principalmente por debajo de los 250 m de altitud, siendo los ratones más comunes que las ratas (Hervías-Parejo et al. 2012). Por otro lado, los gatos cimarrones se distribuyen por encima de esa altitud, mientras que los gatos domésticos ocupan áreas cercanas al núcleo urbano (Oppel et al. 2012). El impacto de los mamíferos invasores sobre la supervivencia de los nidos de pardela es complejo, con efectos tanto directos como indirectos (Fig. 5).

 

Efectos directos (representados por flechas negras finas) e indirectos (flechas ligeramente más gruesas y de distintos colores según el tipo de interacción), con el signo que indica el tipo de efecto (negativo o positivo) entre gatos, ratas, ratones invasores (en amarillo), aves y plantas nativas (en azul) en la isla de Corvo, Azores.

Figura 5. Efectos directos (representados por flechas negras finas) e indirectos (flechas ligeramente más gruesas y de distintos colores según el tipo de interacción), con el signo que indica el tipo de efecto (negativo o positivo) entre gatos, ratas, ratones invasores (en amarillo), aves y plantas nativas (en azul) en la isla de Corvo, Azores. Las líneas con una sola punta de flecha indican el flujo de energía (interacciones tróficas) y apuntan hacia el organismo que la recibe, mientras que las líneas con dos puntas de flecha representan interacciones de competencia.

Figure 5. Direct effects (represented by thin black arrows) and indirect effects (slightly thicker arrows in different colors depending on the type of interaction), with symbols indicating the type of effect (positive or negative), among invasive cats, rats, and mice (in yellow), and native birds and plants (in blue) on Corvo island, Azores. Arrows represent the direction of energy flow and point toward the receiving organism. Lines with a single arrowhead indicate energy flow (trophic interactions) and point toward the receiving organism, while lines with two arrowheads represent competitive interactions.

Los gatos son los principales depredadores de las pardelas, causando depredación directa sobre los nidos. Las ratas y ratones afectan indirectamente a las pardelas al servir de alimento para los gatos fuera de la época reproductiva (competencia aparente entre roedores y aves), lo que favorece la expansión de la población de gatos y amplifica su impacto (Hervías-Parejo et al. 2013a; 2014a). Sin embargo, las ratas tienen un efecto indirecto positivo, ya que los gatos moderan su depredación cuando las ratas están presentes, reduciendo su impacto sobre las pardelas (competencia intragremio asimétrica) (Hervías-Parejo et al. 2013b). Los ratones, por su parte, pueden beneficiarse de la liberación de recursos, como plantas e invertebrados, cuando las ratas se alimentan de las aves (Hervías-Parejo et al. 2014b). Fuera de la temporada de nidificación, ratones y ratas compiten por los mismos recursos (competencia explotativa), y los ratones, con su comportamiento oportunista, pueden consumir pardelas en ausencia de gatos o ratas. Además, el estrés por el riesgo de depredación aumenta la probabilidad de que las pardelas alojen ectoparásitos, lo que afecta su condición corporal y éxito reproductivo (Hervías-Parejo et al. 2013a). Aunque el miedo a la depredación ha sido bien estudiado en interacciones depredador-presa, se sabe poco sobre su impacto en las relaciones parásito-hospedador y la dinámica de enfermedades en fauna silvestre. Futuros estudios podrían arrojar más información sobre estos efectos indirectos y su relevancia comparativa frente a los efectos directos de los depredadores.

Conclusiones y perspectivas futuras de investigación

Las islas representan algunos de los ecosistemas más vulnerables a las invasiones biológicas, debido a su aislamiento geográfico, la alta proporción de especies endémicas, su notable grado de especialización y la ausencia de presiones ecológicas como la depredación y la competencia (Whittaker y Fernández-Palacios 2007). Estas características los convierten en sistemas únicos pero vulnerables, cuya biodiversidad demanda un esfuerzo continuo de investigación, prevención y mitigación para enfrentar los diversos impactos de las invasiones biológicas. A lo largo de esta revisión, hemos ahondado en cómo las especies alóctonas (e invasoras en muchos casos) afectan al funcionamiento de los ecosistemas mediante la alteración de diferentes interacciones ecológicas clave como la polinización, la dispersión de semillas, la herbivoría y las interacciones con microorganismos, así como otros aspectos más complejos como la diversidad funcional y los impactos indirectos. A continuación, para cada uno de ellos, identificamos las principales lagunas de conocimiento que persisten a día de hoy y que creemos deberían ser abordadas en futuras investigaciones:

·         La introducción de especies no sólo puede afectar a la composición de las comunidades nativas sino también a los rasgos funcionales de las especies. En islas, las evidencias señalan interacciones complejas entre especies introducidas y nativas, influyendo en la configuración de los rasgos en comunidades, con una marcada contexto-dependencia. Hasta ahora, estos impactos han sido estudiados principalmente en comunidades vegetales (Kueffer et al. 2010; Pyšek et al. 2012; Barton y Fortunel 2023), mientras que las comunidades animales han recibido menor atención. Futuros trabajos deben abordar el impacto en diversos grupos taxonómicos para ofrecer una perspectiva más integral. El creciente desarrollo de bases de datos globales de rasgos funcionales, que incluyen tanto especies insulares como invasoras, representa una oportunidad única para realizar estudios macroecológicos y comprender los factores determinantes de los impactos en islas. Además, incorporar la variación intraespecífica en estas bases de datos proporcionará una visión más detallada y precisa de las respuestas y adaptaciones de las especies frente a las invasiones, facilitando la planificación de estrategias de conservación eficaces. Finalmente, son necesarios más estudios que evalúen los efectos sinérgicos de las especies invasoras con otros motores del cambio global; por ejemplo, se sabe que algunas invasiones biológicas están muy relacionadas con los cambios en el clima (Mainka y Howard 2010), o con la pérdida o fragmentación de los hábitats (Hoffmeister et al. 2005).

·         Los estudios sobre el impacto de las invasiones biológicas en las interacciones ecológicas en islas han aumentado considerablemente en las últimas décadas (Traveset y Richardson 2014; 2020). Sin embargo, por lo general, las interacciones mutualistas de polinización y dispersión de semillas han recibido mayor atención que otras interacciones también importantes para el correcto funcionamiento de los ecosistemas, como la herbivoría o las interacciones planta-microorganismo. En cuanto al impacto de insectos introducidos sobre la polinización en islas, los estudios se han centrado principalmente en dos géneros de abejas, Apis y Bombus, dejando importantes lagunas de conocimiento sobre el impacto de otras especies (Ackerman 2021; Leza et al. 2021; Rabitsch et al. 2024). En el caso de la dispersión de semillas, la recopilación de listas completas de especies de plantas de fruto carnoso y animales frugívoros (nativas y alóctonas), junto con datos de rasgos funcionales de cada isla, permitirá desarrollar estudios macroecológicos, comparar ecosistemas insulares y continentales, y evaluar si los patrones observados de forma individual en cada isla o archipiélago son consistentes a mayor escala. Además, existe una falta de información acerca de la alteración de las interacciones de dispersión de semillas causada por extinciones y/o por nuevas interacciones con animales introducidos, en particular aquellos con distribuciones amplias, como roedores (ratas y ratones), ungulados (especialmente cabras), lagomorfos (principalmente conejos) y carnívoros (gatos asilvestrados, hurones o mangostas) (Nogales et al. 2024).

·         En el ámbito de las interacciones de herbivoría, la interacción entre múltiples herbívoros invasores y sus efectos sinérgicos sobre las comunidades vegetales representan un desafío importante (Glen et al. 2013). La coexistencia de herbívoros vertebrados e invertebrados puede producir impactos inesperados en el éxito reproductivo de las plantas, destacando la necesidad de estudios que analicen estos efectos conjuntos y su dependencia del contexto (Stephens et al. 2013; Muñoz-Gallego et al. 2022). Por otro lado, en islas, los impactos ecológicos derivados de herbívoros invertebrados invasores permanecen en gran medida inexplorados (Russell et al. 2017; Rego et al. 2019). Además, los efectos indirectos de la herbivoría, como los mediados por densidad (p. ej. Muñoz-Gallego et al. 2023a) o por rasgos de las especies interactuantes (p. ej. Muñoz-Gallego et al. 2025), son áreas de investigación poco estudiadas que podrían aportar una comprensión más completa de las dinámicas ecológicas afectadas por las invasiones (Strauss 1991; Haas y Lortie 2020 y referencias ahí citadas). Por último, la mayoría de los estudios que relacionan invasiones biológicas y herbivoría se centran en los herbívoros como agentes invasores, pero muy pocos abordan cómo las invasiones alteran las interacciones de herbivoría dentro de los ecosistemas insulares (Ruiz-Guerra et al. 2019).

·         Las invasiones microbianas constituyen un desafío significativo para los ecosistemas insulares, ya que pueden alterar ciclos de nutrientes e interacciones ecológicas, afectando la estabilidad y funcionalidad de estos ecosistemas. Herramientas moleculares avanzadas, como la secuenciación de nueva generación (NGS) y el "DNA barcoding", han facilitado la caracterización de comunidades microbianas y el análisis de redes ecológicas. Sin embargo, persisten limitaciones importantes para detectar especies raras y validar interacciones funcionales in situ (Le Roux 2021). En este sentido, las redes planta-hongo que involucran especies invasoras siguen siendo un área particularmente poco explorada (Dickie et al. 2017a, b). Investigaciones futuras deberían enfocarse en cómo las plantas invasoras establecen asociaciones microbianas, el papel de los rasgos funcionales microbianos en su éxito invasor, y los impactos a largo plazo de estas interacciones en las comunidades nativas (Litchman 2010; Hui et al. 2016). Los análisis filogenéticos y de redes temporales podrían revelar patrones evolutivos y ecosistémicos esenciales para la gestión de estas invasiones (Grove et al. 2017; Le Roux 2021). Además, la introducción indirecta de microorganismos a través de vectores animales utilizados con fines agrícolas o comerciales representa una vía adicional de invasión biológica, con potenciales impactos sobre las especies insulares nativas y sus funciones ecológicas (ver Rodríguez et al. 2024). En islas con recursos limitados, la implementación de protocolos rigurosos de bioseguridad y la restauración de hábitats se perfilan como estrategias esenciales para prevenir y mitigar los impactos de estas invasiones (Boser et al. 2014; Koskella et al. 2017).

·         La evidencia empírica ya ha comenzado a sugerir que los efectos indirectos pueden jugar un papel crucial en los impactos de las especies invasoras sobre los ecosistemas. Aunque en los últimos años ha aumentado el esfuerzo por documentar estos impactos (Wootton 2002), a menudo se han identificado de manera anecdótica y rara vez se prueban de manera directa. Comprender las interacciones entre múltiples invasores en comunidades nativas se vuelve aún más desafiante cuando las especies alóctonas coexisten simultáneamente con otros tipos de cambios ambientales, que pueden facilitar la invasión o alterar directamente la estructura de la comunidad (MacDougall y Turkington 2005). Dado que estas interacciones indirectas pueden ser difíciles de prever y cuantificar, es fundamental abordarlas dentro de un marco dinámico que capture la complejidad de las interacciones ecológicas. Un enfoque particularmente adecuado es el de comunidades multifunción (p.ej. Hervías-Parejo et al. 2024), que permite estudiar simultáneamente los múltiples procesos directos e indirectos que operan en estos sistemas, los cuales pueden reforzarse, neutralizarse o incluso generar efectos opuestos. En este contexto, resulta especialmente necesario desarrollar y evaluar metodologías empíricas que faciliten la identificación sistemática de los efectos indirectos. Este enfoque no sólo mejorará nuestra comprensión de las interacciones ecológicas complejas, sino que también aumentará nuestra capacidad predictiva sobre los impactos potenciales de las especies invasoras. A su vez, nos permitirá diseñar estrategias de manejo más efectivas, tanto para las especies invasoras como para las nativas, en un contexto de cambio global, y especialmente en ecosistemas vulnerables como los insulares.

Dada la significativa pérdida de biodiversidad nativa en las islas, especialmente en los últimos 500 años, y teniendo en cuenta que las especies invasoras son un factor crucial en este declive, es de suma importancia que se invierta más esfuerzo en estudiar los impactos que estas especies tienen sobre los ecosistemas y se aborde las lagunas de conocimiento descritas. Aunque en este trabajo se presentan algunos ejemplos de efectos positivos de especies invasoras sobre funciones ecológicas concretas, queremos dejar claro que es fundamental evaluar siempre su impacto neto sobre el ecosistema en su conjunto. Una investigación interdisciplinar y colaborativa, que integre la variación contextual y los múltiples niveles de organización ecológica, será clave para desarrollar estrategias de conservación exitosas. Puesto que las especies invasoras dominan muchos ecosistemas de todo el mundo, aplicar métodos de control en comunidades nativas vulnerables puede ser crucial para mantener la biodiversidad y funcionalidad de los ecosistemas nativos.

Contribución de los autores

Raquel Muñoz-Gallego: Conceptualización, Investigación, Redacción - borrador original, Redacción – revisión y edición, Supervisión. Marta Correia: Investigación, Redacción - borrador original, Redacción – revisión y edición. Alba Costa: Investigación, Redacción - borrador original, Redacción – revisión y edición. Isabel Donoso: Investigación, Redacción - borrador original, Redacción – revisión y edición. Sandra Hervías-Parejo: Investigación, Redacción - borrador original, Redacción – revisión y edición. Alejandro Mieles: Investigación, Redacción - borrador original, Redacción – revisión y edición. Marta Quitián: Investigación, Redacción - borrador original, Redacción – revisión y edición. Maximilian Vollstädt: Investigación, Redacción - borrador original, Redacción – revisión y edición. Anna Traveset: Conceptualización, Investigación, Redacción - borrador original, Redacción – revisión y edición.

Disponibilidad de datos y código

Este artículo no utiliza conjuntos de datos.

Financiación, permisos requeridos, potenciales conflictos de interés y agradecimientos

Este estudio se ha llevado a cabo en el marco de las actividades del Gobierno de España a través de la Unidad de Excelencia María de Maeztu 2023-2027 (MCIN/AEI/10.13039/501100011033) concedido al IMEDEA (CSIC-UIB) (ref. CEX2021-001198) y al BC3 (ref. CEX2021-001201-M). El trabajo se enmarca también dentro del proyecto IslandLife (Ref. 101054177) financiado por el Consejo Europeo de Investigación (ERC, Advanced Grant). I. Donoso fue financiada por una beca postdoctoral Ikerbasque. M. Vollstädt fue financiado por una beca postdoctoral Marie Curie (Horizon-TMA-MSCA-101149502). Los autores declaran no tener ningún conflicto de interés.

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